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Con el distanciamiento social a raíz de la pandemia de COVID-19, las videoconferencias o videollamadas se convirtieron en una herramienta fundamental para las reuniones, las clases, las disertaciones y los encuentros con amigos y familiares.
Una de las principales aplicaciones para hacer posible estos contactos de uno y otro lado de la pantalla es Zoom, una empresa estadounidense con sede en San José, California, que gestiona más de 300.000.000 de sesiones por día y que durante la pandemia creció un 355% (en comparación con el mismo periodo de 2019), por lo que sus ingresos escalaron hasta los 633 millones de dólares, según asegura la propia empresa.
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Sin embargo, ese crecimiento acelerado también le trajo varios dolores de cabeza no solo a sus dueños y empleados, sino también a sus usuarios. La practicidad y simpleza para crear una reunión en la aplicación tiene su lado negativo, ya que desde marzo se reportaron miles de invasiones a eventos abiertos y privados, en los cuales los hackers interrumpen los encuentros virtuales para forzar el cierre de la sesión o humillar a alguno o a todos sus participantes.
Muchas veces, estos invasores utilizan insultos sexistas, imágenes grotescas o amenazas. Su blanco preferido suelen ser las mujeres profesionales.
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Con el aumento de las reuniones vía Zoom, los ataques fueron multiplicándose y fue el propio FBI, desde Estados Unidos, el que alertó sobre los peligros del “Zoombombing” (bombardeo por Zoom, en español) a todos los usuarios de la plataforma online.
Si bien las mujeres son las principales víctimas del Zoombombing y deben afrontar reacciones machistas, como amenazas e insultos, los hombres que abordan asuntos como el racismo, la homofobia o la xenofobia también suelen ser blanco de los hackers. Anadolu