A cincuenta años de la muerte de Ernesto “Che” Guevara (1928-1967), su amigo Carlos Ferrer, “Calica”, recordó en una entrevista cómo los viajes que compartieron por Suramérica cambiaron su vida y forjaron el carácter del emblemático revolucionario argentino.
En 1953, cuando Calica tenía 24 años, uno menos que el “Che”, ambos emprendieron un viaje que les llevó por Bolivia, Perú y Ecuador, entre la belleza de sus paisajes y las penurias de buena parte de su población, y en el que el dinero rara vez les alcanzaba para más de un día.
Estas vivencias quedaron plasmadas en el libro de Ferrer “De Ernesto al Che”, reeditado este año por la editorial Marea en “Los viajes del Che por Sudamérica”, un libro de tapas rojas “como mis ideas”, bromeó el autor.
A sus 88 años, Calica recuerda “con cariño” a su compañero, al que se suele referir como Ernesto, y habla de él como “una gran persona y un tipo muy noble, siempre pendiente de los amigos”.
Se conocieron cuando Carlos tenía apenas tres años en Alta Gracia, un pequeño pueblo en las sierras de la provincia de Córdoba al que la familia Guevara se había trasladado para que su hijo fuese tratado del asma que padecía por un reconocido médico: el doctor Ferrer.
En el ambiente conservador del pueblo, la amistad no tardó en surgir entre ambas familias, acomodadas pero de ideas progresistas, y unidas también por su simpatía con los republicanos de la guerra civil española, que inspiró tanto sus primeras ideas políticas como los juegos en los que cavaban trincheras y se lanzaban frutos de los árboles entre los niños del pueblo.
Años después, buscando más un trabajo que aventura, los jóvenes partieron rumbo a Venezuela, en una travesía de camiones de carga y vehículos parados a dedo, en la que una cama con sábanas se convirtió en un lujo del que apenas disfrutaron “una o dos veces, y de casualidad”, reporta Efe.
Aunque Calica aún sonríe recordando las aventuras amorosas de aquellos tiempos, también sostuvo que las dictaduras, la pobreza y los conflictos indígenas que atravesaron “fueron forjando” el carácter del “Che”.
Sus caminos se separaron -para siempre, aunque ninguno de ellos lo sabía en aquel momento- en Ecuador cuando “el diablo metió la cola” y tras un partido improvisado de fútbol a Ferrer le ofrecieron quedarse en un equipo de fútbol; Ernesto prosiguió hacia el norte un camino que le acabaría llevando a conocer a Fidel Castro.
“Yo tenía que haber estado” en la revolución cubana, se lamentó el octogenario, “porque yo tengo alma de aventurero también”.
Calica se estableció finalmente en Venezuela, donde recibió años más tarde una oferta para trabajar en el nuevo régimen que su amigo había ayudado a instaurar en Cuba, pero que rechazó porque, además de que sostenía económicamente a su familia en Argentina, era joven y llevaba una vida “muy disipada”.