Después de que medios de comunicación emblemáticos de EE.UU., como la revista The New Yorker o la cadena CNN, sacaran a la luz la impunidad con la que personalidades de Hollywood y del Congreso acosaron a mujeres durante años, la polémica se vuelve ahora contra la propia industria periodística.
Como si de fichas de dominó se tratarán, en las últimas semanas una a una han ido cayendo personalidades en un baúl sin fondo en el que podrían desvanecerse un sinfín de carreras que se encuentran en jaque por presuntas conductas inapropiadas.
Paradójicamente, ni un guionista de Hollywood hubiera podido imaginar una apertura más mediática de esta peculiar “caja de Pandora”.
Todo comenzó con el artículo que el hijo del popular director de cine Woody Allen, Ronan Farrow, publicó en octubre pasado en la prestigiosa revista The New Yorker en el que se hacía eco de las denuncias de varias mujeres contra el todopoderoso productor Harvey Weinstein.
Surgió entonces una reacción generalizada entre ciudadanos de todo el país que comenzaron a denunciar sus casos a través de Twitter con una campaña que lleva la etiqueta #MeToo (“YoTambién”), acusaciones que, en caso de afectar a alguna figura pública, acababan difundiendo los propios medios de comunicación.
Esta campaña ha puesto bajo la lupa a figuras tan relevantes como el actor Kevin Spacey, el popular senador demócrata Al Franken, el cantante Nick Carter o el candidato republicano al Senado por el estado de Alabama, Roy Moore.
Sin embargo, esta tendencia no se para en aquellos que acaparan los focos y, en los últimos días, ha comenzado a fijar su objetivo en lo que pasa detrás de las cámaras.
Este martes, las cadenas de televisión CBS y PBS anunciaron el despido del veterano presentador estrella Charlie Rose por el comportamiento “perturbador e intolerable” que tuvo el periodista con algunas de las mujeres que trabajaron con él en su programa de entrevistas, según un comunicado emitido por la propia CBS.
De acuerdo con el reportaje del periódico The Washington Post que destapó el abusivo comportamiento de Rose, cuyo programa de entrevistas llevaba en antena desde 1991, hasta ocho mujeres acusan al presentador de conductas como andar desnudo en su presencia o realizar llamadas telefónicas subidas de tono.
Otro caso significativo es el del reportero Glenn Thrush, quien, tras años cubriendo la Casa Blanca para el diario especializado Politico y, ahora, para The New York Times, fue suspendido esta semana por este último periódico después de que tres mujeres vertieran acusaciones que invitan a pensar en un patrón que el periódico ha calificado de “muy preocupante”.
“Thrush, sólo por su talla, puso a mujeres en una posición de que tenían que tragar y seguir adelante después de un encuentro incómodo”, relató la autora del artículo publicado por Vox, Laura McGann, que destapó el comportamiento del periodista, coincidió con él en Politico y es una de las tres acusadoras.
Ningún soporte y ninguna cabecera parece estar a salvo de este intercambio de mediáticas acusaciones convertido en un imparable alud que va enterrando prestigiosas carreras a su paso.
Lockhart Steele, de la propia revista Vox, también ha sido acusado de conducta inapropiada; como lo han sido Hamilton Fish, de The New Republic; Leon Wieseltier, de The Atlantic; o Matthew Zimmerman, de la cadena NBC.
Todos ellos han sido despedidos o suspendidos por este tipo de acusaciones a lo largo del último mes.
Tras estas acusaciones, estos periodistas están pagando el precio de sus propios actos, dentro del debate que ha surgido en el país y que refleja la concienciación de una sociedad con la que algunos de ellos llegaron a colaborar y que ya no tolera ciertas conductas.
Buena prueba de ello es el caso del expresentador estrella de la cadena Fox News Bill O’Reilly, quien antes de ser finalmente despedido este verano al situarse en una posición ya insostenible, había llegado a firmar una jugosa renovación a pesar de los acuerdos extrajudiciales millonarios con mujeres a los que su empresa había tenido que hacer frente para tapar los desmanes del periodista, informa Efe.
“Ahora con todo lo que está pasando, sinceramente, tenemos muchas más historias de las que nos gustaría contar”, declaró este lunes a la PBS Irin Carmon, coautora del artículo que ha acabado hundiendo a Charlie Rose, quien lamentó que cuando se enteró de la historia, en 2010, “la gente no estaba preparada para hablar”.