Mugabe, una vida ligada a la independencia de Zimbabue y aferrada al poder

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Robert Mugabe, el nonagenario político visto por muchos países occidentales como un dictador impenitente, renunció hoy a la Presidencia de Zimbabue tras 37 años en el poder y resistirse durante una semana a la presión militar y las protestas en las calles.

A su 93 años, Mugabe, que había anunciado su intención de presentarse a las elecciones del próximo año para cumplir su octavo mandato presidencial, presentó la dimisión en una carta poco después de que el Parlamento iniciara una moción de censura impulsada por el propio partido gobernante, ZANU-PF.

Tras casi cuatro décadas en el poder, desde 1980, las horas de Mugabe como presidente zimbabuense comenzaron a estar contadas el martes pasado cuando los tanques marcharon en dirección a Harare y se hicieron con el control del país, además de poner bajo arresto domiciliario a Mugabe y su familia.

El detonante de la crisis fue la destitución hace dos semanas del exvicepresidente Emmerson Mnangagwa -un incondicional del partido y veterano de guerra a quien se había opuesto la esposa de Mugabe, Grace, con la vista puesta en la vicepresidencia-.

Solo una semana después de su salida del Gobierno, los altos mandos de las Fuerzas Armadas anunciaron que tomarían “medidas correctivas” si continuaban las “purgas” en el partido.

La imagen de Mugabe se ha ido transformando con el tiempo, al pasar de ser visto inicialmente como un héroe de la independencia a ser acusado de recurrir al fraude electoral y a la represión de los opositores para mantenerse en el poder.

En el proceso electoral de 2008, al menos 200 seguidores del opositor Movimiento por el Cambio Democrático (MDC) fueron asesinados y miles de personas torturadas en una ola de violencia que sumió al país en una profunda crisis. Entonces Mugabe subrayó que “solo Dios” podía apartarle del poder.

Nacido el 21 de febrero de 1924 cerca de Harare, Mugabe, hijo de un carpintero y una maestra, se formó en escuelas maristas y jesuitas hasta convertirse en profesor, y estudió varias carreras -la de Derecho entre ellas- a través de cursos por correspondencia.

El estadista comenzó su lucha política a los 36 años y militó en varios grupos en la incipiente lucha independentista zimbabuense del Reino Unido, por lo que fue encarcelado en 1964.

Mugabe pasó una década en prisión, se vio obligado a vivir en el exilio y fue uno de los firmantes de los “acuerdos de Lancaster House”, que enterraron a la antigua Rodesia y dieron pie a la nueva República de Zimbabue, que vio la luz en 1980.

En las primeras elecciones, se convirtió en el jefe de Gobierno de la naciente república, cargo que fue abolido en 1987 para crear el de presidente, el puesto que ha ocupado hasta la fecha tras varias elecciones de dudosa credibilidad.

Durante su mandato, Mugabe tomó decisiones muy polémicas, como las expropiaciones, iniciadas en el año 2000, de miles de granjas a propietarios blancos en una reforma agraria caótica, a fin de distribuir la tierra entre la población negra del país.

Hombre de dura retórica, el veterano estadista, que acusa a sus críticos de ser “traidores”, no ahorró diatribas para insultar a potencias occidentales como EEUU o el Reino Unido -la antigua metrópoli-, al acusarles de fabricar “diabólicas mentiras” sobre él y a cuyas sanciones atribuye el pésimo estado de la economía.

También causó notable indignación internacional su fobia hacia los homosexuales, que considera “peores que los cerdos”.

Consciente de la necesidad de cambio y apaciguado tal vez por la edad, el hoy expresidente de Zimbabue, ataviado normalmente de riguroso traje oscuro y corbata, inició en los últimos años una campaña para transformar su imagen.

En varias entrevistas, Mugabe, que profesa con fervor el catolicismo, se mostró afable, habló con cariño de sus cuatro hijos, admitió el amor que siente por su esposa, Grace (40 años más joven), y recordó a su primera mujer, Sally, que murió en 1992.

Durante su mandato, los rumores sobre la salud de Mugabe fueron constantes, y además se vieron alimentados por sus últimas apariciones en público, en las que siempre aparecía agarrado del brazo de su esposa.

Finalmente no fue su salud la que le apartó del poder, sino las rivalidades en su propio partido, causa de la intervención de los militares en el país para impedir que su mujer, Grace, “heredase” su mandato.